En esta ocasión y coincidiendo con la primavera nos fuimos a conocer la parte más occidental del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila. Se trata de un espacio natural repleto de extraordinarios y variopintos contrastes. Durante la corta ruta, apenas 12 kilómetros, pudimos pasar de áridos y rocosos desiertos a los abigarrados bosques mediterráneos. Sin perder de vista el mar, y en lo más alto de Monte Cenizas, se mezclan con estos paisajes unas antiguas construcciones de artillería militar que datan de la época de Primo de Rivera y que estuvieron en uso hasta 1994. Estas construcciones están inspiradas en el Templo de los Guerreros de las ruinas de Chichén- Itzá, que corresponde al estilo Maya-Tolteca. Lo que más llama la atención de estas instalaciones militares son los dos cañones Vickers de 17,67 metros de longitud y con un alcance de 35 km. Estos cañones tienen gran parte de su maquinaria oculta bajo tierra y su peso es de 88 toneladas.Pero la finalidad de nuestra exploración es conocer el mítico Portus Magnus convertido, ahora, en el municipio de Portmán. Según la documentación que hemos consultado, esta ciudad fue fundada por los romanos en el siglo I. En tiempos de los árabes se llamó Burtuman AlKabir (Burtumán el Grande). Más tarde, en el siglo XIV, en el libro de montería de Alfonso XI de Castilla, aparece nombrada como Porte Mayn. La primera referencia al nombre actual aparece en un libro de Cabildos del Ayuntamiento de Cartagena de 1590.A través de una calzada romana que transcurre por el barranco del Moro podemos llegar al lugar de donde salieron quizás miles de barcos cargados de plata, plomo y cobre para abastecer de riquezas minerales a todo el imperio. Pero la huella que dejaron en el paisaje nuestros ancestros queda en nada si la comparamos con la que hemos dejado nosotros en los últimos 70 años. En la segunda mitad del siglo XX fuimos capaces de anegar toda una bahía portuaria con más de 58 millones de toneladas de residuos sólidos cargados de metales pesados como plomo, zinc, cadmio y arsénico. En un principio, las minas, que funcionaron desde 1950 hasta 1987, depositaban los escombros en la ladera de la montaña. El problema vino con el lavado del material, ya que sus residuos eran mucho más fluidos y por ello había que depositarlos en balsas o pantanos. La empresa francesa Peñarroya, dueña de la explotación, solicitó permiso para arrojar esos residuos al mar e increíblemente se lo concedieron en 1958. Serían residuos vertidos con tuberías submarinas alejadas de la costa al menos 400 metros y de forma temporal (en principio solo cinco años). Pero pronto esos límites se redujeron hasta que en 1969 se anula cualquier limitación, condenando la bahía de Portmán a ser anegada. Hubo reclamaciones para detener el vertido, entre ellas una denuncia en juzgado del ayuntamiento de la Unión. En la sentencia de 1971 el Tribunal Supremo, sin quitarle la razón al ayuntamiento de la Unión, falló a favor de la empresa minera y, a partir de ahí, los vertidos fueron totalmente incontrolados. La llegada de la democracia no supuso el freno a los vertidos, pero después de la famosa protesta de Greenpeace en 1986 se consigue que paren finalmente los vertidos en 1988, con la bahía totalmente colmatada. Ahora podemos andar 'sobre el mar' convertido en un suelo de extraño color ocre y de aspecto casi lunar. Después del primer impacto visual y, una vez nos acercamos a esta encantadora población, podemos contemplar cómo el ser humano, de nuevo, es capaz de adaptarse y convivir con sus propios desastres. La vida continúa en esta bella comarca que vivió del claro-oscuro de la minería. Gracias a la extracción minera se generaron muchos puestos de trabajo... pero seguro que pudo hacerse mejor. Actualmente, siempre tarde, hay varios planes de restauración, pero, atención: rogamos a los sabios y expertos que valoren las acciones a realizar para que el desastre no aumente. Mientras tanto los portmaneros deben mostrar al mundo lo que no debe repetirse y además, ser un ejemplo de adaptación y sostenibilidad. La belleza de la comarca bien merece una visita que aconsejamos encarecidamente... nosotros volveremos.
En esta ocasión y coincidiendo con la primavera nos fuimos a conocer la parte más occidental del Parque Regional de Calblanque, Monte de las Cenizas y Peña del Águila. Se trata de un espacio natural repleto de extraordinarios y variopintos contrastes. Durante la corta ruta, apenas 12 kilómetros, pudimos pasar de áridos y rocosos desiertos a los abigarrados bosques mediterráneos. Sin perder de vista el mar, y en lo más alto de Monte Cenizas, se mezclan con estos paisajes unas antiguas construcciones de artillería militar que datan de la época de Primo de Rivera y que estuvieron en uso hasta 1994. Estas construcciones están inspiradas en el Templo de los Guerreros de las ruinas de Chichén- Itzá, que corresponde al estilo Maya-Tolteca. Lo que más llama la atención de estas instalaciones militares son los dos cañones Vickers de 17,67 metros de longitud y con un alcance de 35 km. Estos cañones tienen gran parte de su maquinaria oculta bajo tierra y su peso es de 88 toneladas.Pero la finalidad de nuestra exploración es conocer el mítico Portus Magnus convertido, ahora, en el municipio de Portmán. Según la documentación que hemos consultado, esta ciudad fue fundada por los romanos en el siglo I. En tiempos de los árabes se llamó Burtuman AlKabir (Burtumán el Grande). Más tarde, en el siglo XIV, en el libro de montería de Alfonso XI de Castilla, aparece nombrada como Porte Mayn. La primera referencia al nombre actual aparece en un libro de Cabildos del Ayuntamiento de Cartagena de 1590.A través de una calzada romana que transcurre por el barranco del Moro podemos llegar al lugar de donde salieron quizás miles de barcos cargados de plata, plomo y cobre para abastecer de riquezas minerales a todo el imperio. Pero la huella que dejaron en el paisaje nuestros ancestros queda en nada si la comparamos con la que hemos dejado nosotros en los últimos 70 años. En la segunda mitad del siglo XX fuimos capaces de anegar toda una bahía portuaria con más de 58 millones de toneladas de residuos sólidos cargados de metales pesados como plomo, zinc, cadmio y arsénico. En un principio, las minas, que funcionaron desde 1950 hasta 1987, depositaban los escombros en la ladera de la montaña. El problema vino con el lavado del material, ya que sus residuos eran mucho más fluidos y por ello había que depositarlos en balsas o pantanos. La empresa francesa Peñarroya, dueña de la explotación, solicitó permiso para arrojar esos residuos al mar e increíblemente se lo concedieron en 1958. Serían residuos vertidos con tuberías submarinas alejadas de la costa al menos 400 metros y de forma temporal (en principio solo cinco años). Pero pronto esos límites se redujeron hasta que en 1969 se anula cualquier limitación, condenando la bahía de Portmán a ser anegada. Hubo reclamaciones para detener el vertido, entre ellas una denuncia en juzgado del ayuntamiento de la Unión. En la sentencia de 1971 el Tribunal Supremo, sin quitarle la razón al ayuntamiento de la Unión, falló a favor de la empresa minera y, a partir de ahí, los vertidos fueron totalmente incontrolados. La llegada de la democracia no supuso el freno a los vertidos, pero después de la famosa protesta de Greenpeace en 1986 se consigue que paren finalmente los vertidos en 1988, con la bahía totalmente colmatada. Ahora podemos andar 'sobre el mar' convertido en un suelo de extraño color ocre y de aspecto casi lunar. Después del primer impacto visual y, una vez nos acercamos a esta encantadora población, podemos contemplar cómo el ser humano, de nuevo, es capaz de adaptarse y convivir con sus propios desastres. La vida continúa en esta bella comarca que vivió del claro-oscuro de la minería. Gracias a la extracción minera se generaron muchos puestos de trabajo... pero seguro que pudo hacerse mejor. Actualmente, siempre tarde, hay varios planes de restauración, pero, atención: rogamos a los sabios y expertos que valoren las acciones a realizar para que el desastre no aumente. Mientras tanto los portmaneros deben mostrar al mundo lo que no debe repetirse y además, ser un ejemplo de adaptación y sostenibilidad. La belleza de la comarca bien merece una visita que aconsejamos encarecidamente... nosotros volveremos.